Brazil. Cientos de miles de seguidores agolpados en las principales avenidas de Brasilia fueron testigos de la llegada de la ultraderecha al poder en Brasil después de cuatro victorias consecutivas de la izquierda. Jair Bolsonaro llegó aclamado al Congreso Nacional, donde prometió restaurar Brasil y "proteger la democracia".
En su primer discurso tras ser investido pidió a los congresistas que le ayuden a "restaurar y levantar la patria, liberándola del yugo de la corrupción, la criminalidad, la irresponsabilidad ideológica y la sumisión ideológica".
Aunque apeló a la unidad y prometió un Brasil sin discriminación, Bolsonaro, nostálgico confeso de la dictadura militar brasileña (1964-1985) marcó su territorio al definir como prioritaria su agenda conservadora. "Vamos a unir al pueblo, valorar la familia, respetar las religiones y nuestra tradición judeo-cristiana, combatir la ideología de género... en definitiva, hacer que Brasil vuelva a ser un país libre de amarras ideológicas".
Bolsonaro dio algunas pinceladas de su tarea al frente del Gobierno. Para la educación prometió unas escuelas que formen personas para el mercado de trabajo y no militantes políticos (hace unos días decía en Twitter que la culpa de la mala calidad de la educación en Brasil es de la "basura marxista" que predomina en los colegios y universidades).
Para acabar con la violencia pidió ayuda a los parlamentarios para poder cambiar las leyes y garantizar inmunidad jurídica a los policías que maten a sospechosos en servicio, aunque no mencionó otra de sus propuestas estrella, facilitar la tenencia de armas.
Tan sólo cuando acabó de repasar sus temas favoritos habló de las reformas estructurales que Brasil necesita para afianzar la recuperación económica. "En la economía, traeremos la marca del libre mercado y de la eficiencia. Hemos montado un equipo técnico, sin el tradicional sesgo político", aseguró Bolsonaro, que habló de austeridad fiscal y de abrir Brasil al comercio internacional.
Exclamo. Sangre para proteger la bandera
Visiblemente emocionado, y acompañado en un Rolls Royce descapotable de su esposa Michelle Bolsonaro y uno de sus hijos, Carlos Bolsonaro, el nuevo presidente se dio un baño de masas rumbo al Palacio del Planalto, sede del Gobierno, aclamado a gritos de "mito, mito" y "el capitán llegó". Tras subir la famosa rampa diseñada por Oscar Niemeyer, el presidente saliente, Michel Temer, le colocó la banda presidencial.
Allí, frente a una multitud, la nueva primera dama realizó un inaudito discurso de agradecimiento en lenguaje de signos, y Bolsonaro volvió a hablar, esta vez en un tono más acalorado: "Me coloco ante vosotros el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto", proclamó entre fuertes aplausos. Habló de las "nefastas ideologías" que destruyen familias y pidió colaboración a los ciudadanos de a pie para, junto a las familias, restablecer los patrones éticos y morales que transformarán Brasil. "Vamos a establecer el orden en este país", parecía haber zanjado el nuevo presidente, que segundos después se vino arriba ante los gritos del público y se sacó del bolsillo una bandera de Brasil: "Esta es nuestra bandera, que jamás será roja. Sólo será roja si es por nuestra sangre, para mantenerla verde y amarilla". La referencia al rojo a la bandera es habitual entre los seguidores de Bolsonaro para referirse a la amenaza comunista que en su opinión representa el Partido de los Trabajadores (PT).
Tras ese último discurso, Bolsonaro pudo saludar a la docena de jefes de Estado y de Gobierno que acudieron a la investidura, entre los que tuvo un papel destacado el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Los dos mandatarios ya mantuvieron una reunión bilateral la semana pasada en Río de Janeiro, en la que Bolsonaro reconfirmó que trasladará la embajada a Jerusalén. Será el primer terremoto diplomático de los muchos que se avecinan. Los países árabes hace semanas que insinúan medidas de boicot a Brasil en caso de que la promesa se haga realidad.
La discreta representación europea tuvo como excepción al ultraderechista húngaro Viktor Orbán. España, que mandó a la investidura de López Obrador en México al rey Felipe VI y al ministro de Exteriores, Josep Borrell, bajó el nivel de la representación y envió a Brasilia a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, acompañada por el secretario de Estado de Cooperación, Juan Pablo de Laiglesia.
Las ausencias fueron de lo más elocuentes: el cubano Miguel Díaz Canel y el venezolano Nicolás Maduro tuvieron su invitación revocada por el equipo de Bolsonaro, después de que el Gobierno en funciones de Temer las hubiera enviado. "No hay sitio para dictaduras en una fiesta de la democracia", justificó el nuevo presidente. También faltaron buena parte de los países africanos y en vías de desarrollo, que Lula y Rousseff priorizaron en sus relaciones exteriores.
Tampoco saludaron a Bolsonaro buena parte de los diputados que estarán en la oposición los próximos cuatro años. Los parlamentarios del PT y del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) ya avisaron hace unos días que boicotearían la fiesta porque no había "nada que celebrar" y porque no toleran discursos y acciones que estimulan "el odio, la intolerancia y la discriminación".
La investidura del presidente más polémico de la historia reciente de Brasil tuvo lugar bajo un esquema de seguridad sin precedentes. Más de 12.000 militares y policías en los principales escenarios de la ceremonia, el espacio aéreo de la ciudad cerrado y tiradores de élite colocados en puntos estratégicos listos para frenar cualquier ataque.
Bolsonaro fue apuñalado por un perturbado mental durante la campaña electoral, lo que casi acaba con su vida pero al mismo tiempo catapultó su popularidad. Desde entonces, su entorno y el propio Gabinete de Seguridad Institucional del Gobierno aseguran que viene sufriendo amenazas. Los estrictos e incómodos controles se seguridad no consiguieron arruinar el clima festivo que se vivió en la capital del país.
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