13 mar 2009

La guerra al 'narco' refuerza a Calderón


Su país horroriza al mundo con los crímenes brutales del narcotráfico, su partido se desangra en las encuestas, caen el PIB, la moneda nacional y los ingresos del petróleo, su equipo de Gobierno le provoca frecuentes dolores de cabeza y el todopoderoso vecino del Norte ya le ha puesto a México el cartel de Estado fallido, pero, pese a todo esto y mucho más, cuando los encuestadores -un auténtico ejército en este país- preguntan a los ciudadanos por Felipe Calderón, la respuesta mayoritaria sigue siendo de apoyo y respeto. El presidente de México obtuvo en febrero un 66,4% de aprobación, cinco puntos más que hace un año, según la encuestadora Consulta Mitofsky.


En julio, México renovará la Cámara de Diputados y seis Gobiernos estatales
Calderón, llegado al poder en julio de 2006 por una ajustadísima y polémica ventaja, está consiguiendo que su única carta, su único discurso, el de la guerra frontal al narcotráfico, sea suficiente conjuro para mantenerse de pie en medio del temporal.
Objetivamente, el panorama para Calderón no puede ser peor. Los dos grandes problemas a que se enfrenta su Gobierno -la grave situación de inseguridad y el aterrizaje en suelo nacional de la crisis económica mundial- están ahora mismo en su apogeo. En los primeros 51 días de 2009, se produjeron un millar de asesinatos, mientras que el año pasado hicieron falta 113 días para llegar a esa cifra.

En el terreno económico, lo que Calderón y su equipo pronosticaron como "un catarrito" va camino de convertirse en auténtica pulmonía. Medio millón de trabajadores han perdido ya su empleo y se prevé una cifra igual de aquí al verano. La situación es dramática, si se tiene en cuenta que México cuenta con 43 millones de pobres (un 40% de la población) y que un sinfín de familias sale adelante gracias a las remesas de los emigrantes -con papeles o sin ellos- que trabajan en Estados Unidos, cuyos empleos también tiemblan con la crisis. Toda esta endemoniada situación sería todavía más difícil de manejar para el Gobierno del derechista Partido Acción Nacional (PAN) si además tuviera que enfrentarse a una campaña electoral...
Y es eso justo lo que sucede. El próximo 5 de julio hay elecciones. Los mexicanos acudirán a las urnas para renovar la Cámara federal y elegir a seis gobernadores y a cientos de alcaldes.


Las encuestas dicen que el PAN perderá terreno a favor del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que empieza a recuperarse después de que en el año 2000 perdiera su hegemonía de 70 años. Por el contrario, la izquierda mexicana aún no ha conseguido sobreponerse al revés sufrido en 2006. Su candidato, Andrés Manuel López Obrador, llegó a estar durante la campaña 15 puntos por encima de Felipe Calderón, pero la noche electoral perdió por una exigua diferencia de un cuarto de millón de sufragios en una jornada en la que votaron 30 millones de personas. La pugna entre el PAN y el PRI será -lo es ya- a cara de perro, y eso está empezando a provocar una situación muy curiosa, aparentemente contradictoria.

Por un lado, el Gobierno de Calderón está muy preocupado por la mala imagen de México en el mundo. Pero por otro, su partido, el PAN, es consciente de que si alguna posibilidad tiene de competir con el PRI es hablando de "la guerra de Calderón". Hace unas horas, un destacado dirigente del PAN confiaba en voz baja: "Electoralmente, hablar de la lucha contra el narcotráfico nos beneficia a nosotros, porque estamos atajando un problema -el del inmenso poder del narcotráfico- que se había hecho grande a la sombra del PRI. Y hablar de la situación de la economía, que cada semana irá a peor ostensiblemente, beneficia al PRI. Ellos lo saben, y quieren que saquemos la cuestión de la seguridad del debate electoral. Pero es nuestra gran baza. Igual que ellos no admitirían dejar de hablar del desastre económico. ¿De qué hablaríamos entonces? ¿Con qué haríamos campaña?".

El Gobierno está, pues, inmerso en esa gran contradicción. No le interesa que se hable del narco de puertas para afuera, pero sí en el patio nacional. La difusión internacional de las barbaridades diarias, cada vez más truculentas, que cometen los carteles del narcotráfico en su lucha por el control de las plazas ya empieza a tener su efecto negativo. Estados Unidos, por ejemplo, ha dado instrucciones a sus ciudadanos para que eviten viajar a México en la medida de lo posible y que, en tanto la situación mejora, elijan otros países como destino vacacional.

Hace unas semanas, la secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, hizo un intento vano por contener el flujo inevitable de información. Llamó a los corresponsales extranjeros para rechazar lo que unas fechas antes había sugerido el Pentágono estadounidense. "México no es un Estado fallido", dijo la canciller, aunque a renglón seguido admitió que la situación de violencia se había descontrolado en seis de los 32 Estados -Baja California, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Michoacán y Guerrero-. Las declaraciones sentaron muy mal a los gobernadores de los Estados citados y al entorno del presidente. Por si Patricia Espinosa no hubiese ya echado suficiente leña a un fuego que no se quería avivar, el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, se descolgó en París con unas declaraciones que generaron gran polémica. Dijo que, de no haberse emprendido la lucha contra el crimen organizado, el próximo presidente de México sería "un narcotraficante".

Las desafortunadas intervenciones de los ministros citados -a las que se unió días después la destitución de Luis Téllez, secretario de Telecomunicaciones, grabado por una amante despechada diciendo inconveniencias- han agrandado la imagen de soledad del presidente Calderón. Hasta sus colaboradores reconocen que desde la muerte trágica del anterior secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, su amigo íntimo y su delfín político, Felipe Calderón ha cambiado su forma de vivir la presidencia. Ahora lo hace encerrado en sí mismo y en su único discurso: "Son los narcotraficantes o nosotros, no hay vuelta atrás". Cada día, el presidente dice la misma frase aquí o allá. Es su conjuro.

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